¿Os imagináis que no pudiérais hablar pese a tener voz? ¿Que no os salieran las palabras? Qué agobio, ¿no? ¿Y si encima tuviérais que dar discursos ante miles de millones de personas, sin que lo pudiérais evitar? A vosotros también os están entrando sudores, ¿verdad?
Pues exactamente esa es la historia de Alberto Federico Arturo Jorge de Inglaterra, posteriormente conocido como Jorge VI. Historia que ya fue llevada al cine allá por 2010 de la mano del director Tom Hooper y protagonizada por Colin Firth, Geoffrey Rush y Helena Bonham-Carter. Éxito absoluto entre la crítica y el público, recogió numerosos galardones, entre ellos los Oscars a mejor película, director, guión original y actor protagonista. Pocos sabréis, quizás, que dicho guión fue escrito como si de una obra de teatro se tratase aunque fuera una película. Es, precisamente, este guión del también tartamudo Seidler, el que muy valientemente se ha atrevido a adaptar para nuestros escenarios Emilio Hernández bajo la dirección de Magüi Mira.
Personalmente, he de reconocer que me gusta tanto la película que desde el momento en que empecé a reconocer alguno de los diálogos, estaba totalmente vendida. Si a eso le sumamos unas interpretaciones brillantes, es perfectamente comprensible que en la noche de su estreno, el teatro Olympia acabara con la platea en pleno en pie ovacionando a los actores. En cuanto a las interpretaciones, no puedo dejar de mencionar a Adrián Lastra y a Roberto Álvarez. El primero está sublime como rey, con la contención en cada movimiento del soldado que se sabe en una posición que debe dar ejemplo y el esfuerzo y sufrimiento de su patología, que hace que se te ponga un nudo en el estómago. Roberto, en cambio, como el logopeda es la oposición perfecta a la figura del rey, extrovertido y con una fuerza arrolladora, mostrándose cercano y metiéndose al público en el bolsillo desde el primer vaciado de cisterna. Algo que no estaba en la película y que me pareció una adición preciosa es el discurso que da Ana Villa como Reina Isabel para aumentar la moral y animar a las mujeres durante la guerra. Un detalle bonito, teniendo en cuenta el importante (y frecuentemente ignorado) papel de las mujeres durante las guerras, que ayuda a dar mayor resonancia al contexto histórico de la obra.

La escenografía sencilla, formada por unas telas a modo de papel pintado, unas cuantas sillas y un sillón, no hace más que poner de relieve las interpretaciones. De todos los actores, sólo Adrián Lastra abandona en algún momento el escenario, mientras que el resto de actores permanece en todo momento en escena en un segundo plano, como si de unos espectadores más se tratase. Las transiciones entre escenas, con tan poca escenografía, se realiza entre bailes con música de fondo al más puro estilo «music box». Esto, en ocasiones me pareció que quedaba un poco extraño y, junto con las escenas oníricas, que alguna vez costaba diferenciar de la realidad, fue lo que menos me gustó. Un detalle que, quizás sucediera solo en esa función fue que el sonido de la música, los audios y lo que se decía en el micrófono que preside el escenario sonaba demasiado alto en comparación con las voces de los actores, lo cual hacía que pareciera que se les oyera menos.
En conjunto, El Discurso Del Rey es una joya de obra de teatro que absorbe a los espectadores desde el primer segundo, con grandes actuaciones y que os hará olvidar la película… o bien os dará más ganas de volver a verla para combatir la sensación de abstinencia que queda después de una buena obra de teatro.
Mi recomendación es que no lo dudéis: corred al teatro Olympia de Valencia o al que os quede más cerca (parece ser que también volverán a Madrid) y no os arrepentiréis. Y si ya habéis ido y os habéis quedado con ganas de más, sabéis que aquí tenéis nuestras entrevistas a Adrian Lastra y Roberto Álvarez.
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