«How does a bastard, orphan son of a whore
And a Scotsman, dropped in the middle of a forgotten spot in the Caribbean
By providence, impoverished, in squalor, grow up to be a hero and a scholar?»
Sinceramente, cuando le cuentas a alguien que vas a ver un musical sobre uno de los padres fundadores de Estados Unidos, es completamente comprensible la cara de perplejidad del otro. ¿Cómo puede ser que algo con semejante argumento sea el espectáculo de más éxito de los últimos años, tanto que se tuviera que retirar el formato papel de las entradas para evitar la reventa y que años después de ser estrenado siga siendo tremendamente difícil -y caro- poder conseguir una entrada?
La respuesta está, un poco, en las lineas con las que empieza este post (y el musical), ¿cómo un bastardo, hijo de una prostituta y un escocés, dejado caer en mitad de un rincón olvidado del caribe, pobre y en la miseria, creció para convertirse en un héroe y académico? Porque la vida de Alexander Hamilton, el de los billetes de 10 dólares, no fue fácil: inmigrante llegado a NY, con mente brillante, escala hasta la cúspide política de la revolución americana, se casa con una mujer de clase alta y tras fundar el actual sistema financiero americano (y numerosos escándalos tanto en su vida pública como privada), muere en un duelo a manos de quien fue su primer amigo. ¿A que ahora ya tengo vuestra atención?
A muchos de los que estáis leyéndome hoy no os descubro nada nuevo, probablemente algunos incluso fuerais de los que compraron las entradas para Londres un año antes de que se estrenara. Y es que este musical, que ha elevado a su creador (y protagonista) a la categoría de genio, lleva petándolo muy fuerte desde que se estrenara allá por 2015, tanto, que el mismísimo presidente Obama durante su última legislatura no sólo asistió en repetidas ocasiones al espectáculo, sino que llevó a los actores para que actuaran en la Casa Blanca e incluso fue el encargado de presentar (en video) la actuación de Hamilton en los Tony Awards de 2016 (donde obviamente rompió todos los records).
Con música, historia y libreto firmado por Lin-Manuel Miranda, la genialidad de este musical reside en dos elementos: en primer lugar la mezcla de estilos musicales, ya que sus canciones van del rap, R&B o pop hasta el más puro estilo de los musicales clásicos, siguiendo una línea operística en la que cada personaje tiene un estilo propio (Hamilton-rap, las hermanas Schuyler-R&B, King George III-pop). En segundo lugar, y complementando a la perfección al anterior, tenemos la diversidad étnica del reparto, utilizando actores de diferentes razas para interpretar a personajes que no sólo eran blancos, sino que muchos de ellos incluso esclavistas. Estos elementos juegan un papel clave a la hora de reforzar el mensaje que se quiere transmitir y dotan al musical de una realidad y una actualidad que habría sido imposible conseguir de otro modo. No es de extrañar, pues, que cuando Lafayette y Hamilton cantan eso de «immigrants, we get the job done» (los inmigrantes sacamos adelante la faena), independientemente de en qué país se esté representando la producción, el público estalla en aplausos.

Y es que la historia de jóvenes que luchan por un mundo mejor resuena dentro de nosotros, sólo hace falta encender las noticias, da igual de qué país, para encontrar injusticias, gente que defiende sus ideales, indignados, inconformistas… el mundo está en continuo movimiento y nos esforzamos por seguirle el ritmo. Todo esto lo encuentras en Hamilton, con sus ambiciones, sus ideales y, por qué no, sus errores. Puede que hayan pasado 300 años de la revolución americana, pero el concepto es totalmente contemporáneo.
Otro de los grandes aciertos de esta producción es su simplicidad. No hay grandes decorados o vestuarios que deslumbren y te distraigan de lo que realmente es importante. Con una coreografía (Andy Blakenbuehler) y una iluminación (Howell Binkley) totalmente acertadas, todo el protagonismo queda en manos de los actores y el texto.

Respecto a los actores, todavía estoy en shock por la interpretación de Jamael Westman.
Un completo desconocido que, prácticamente recién salido de la academia de arte dramático aterrizó en el papel principal de este musical. De hecho, es quien originó el personaje aquí en Londres recogiendo desde el primer momento elogios y nominaciones a premios a partes iguales. Jamael, nieto de inmigrantes jamaicanos, con sus 27 años y sus casi 2m de altura, aporta una frescura y una energía al personaje que hace que olvides a cualquier otro actor que haya podido interpretar el personaje. Qué digo, con cómo canta, cómo se mueve y ese cuerpo hace que te olvides hasta de tu nombre. He de reconocer que siempre he tenido dudas cuando en las canciones de Helpless y Satisfied las hermanas Schuyler suspiraban por su belleza porque, seamos sinceros, Lin Manuel no es precisamente el típico galán de cine (sorry Lin!)… sin embargo, con este muchacho, estoy con Angelica: «if you really loved me you would share him» (si realmente me quisieras lo compartirías). Bromas a parte, si a nivel interpretativo esto es lo que nos enseña recién salido de la academia, vale la pena no perder de vista a Jamael Westman porque promete. Voy a ahorraros la lista de la compra en la que nombro uno por uno a todos los actores del musical diciendo lo maravillosos que son porque sino no acabaría nunca, pero, realmente… Rachel Ann Go (Eliza) , Allyson Ava Brown (Angelica), Dom Hartley-Harris (Washington), Jason Pennycooke (Lafayette)… de 10.
Mis únicos reparos los encontré con dos actores. En primer lugar, siempre es complicado acostumbrarse a voces nuevas cuando llevas 4 años escuchando sin parar el Original Broadway Cast Recording… y he de decir que no me acabó el «Wait For It» de Sifiso Mazibuko… aunque quizás fuera algún problema de sonido con la canción, porque en el segundo acto mejoró sustancialmente, pero claro, Leslie Odom Jr tiene un color de voz que no se puede comparar. El otro caso fue el de King George III, ya que en nuestra función no tuvimos al titular sino un swing, Manaia Glassey-Ohlson, y aunque a nivel interpretativo era gracioso, a nivel vocal quedaba corto para la dificultad de las canciones y sólo hizo que hacerme desear haber podido ver a Jonathan Groff en plan diva en este papel. Aún así, esto es solo un grano de arena perdido en el océano, porque si todo fuera maravilloso pensaríais que me ha podido el frikifan interior y me tomaríais (aún) menos en serio.
Hamilton es indiscutiblemente el rey de los escenarios a nivel mundial y probablemente tarde mucho en perder este trono. Así que, si tenéis la oportunidad de visitar una ciudad en la que se esté representando, no lo dudéis, lanzaos de cabeza a por las entradas y prepararos para disfrutar de casi 3 horas de ritmo trepidante que os parecerán 3 minutos. Como dice la canción: «don’t throw away your shot!» (no malgastes tu oportunidad).
-
Foto: Murphy Made Photography
Por cierto, hace poco nos llegó que Miguel Cervantes, quien interpreta el personaje de Hamilton en Chicago perdió a su hija pequeña tras una larga enfermedad. No podemos ni imaginar lo que tiene que estar pasando esa familia y mucho menos cómo tiene que ser interpretar a un personaje que pasa por una circunstancia parecida delante de cientos de personas, así que desde aquí quisiéramos mandarles todo nuestro apoyo.
M.
Deja una respuesta